Hoy día entendemos por “ostracismo” el olvido, el apartamiento político o social de un individuo. Pero, ¿de dónde viene esa palabra?
No viene como aparentemente podría parecer de “ostra”, sino de la palabra griega ostraka, que significa “tejuelo, teja”, pieza donde se escribía el voto. Es una figura legal muy interesante: los poderes de la Asamblea ateniense, y tras el periodo de los “tiranos”, (en el sentido arcaico de buen o mal mandatario con poderes absolutos) se ampliaron con la institución del ostracismo como un medio de proteger a la joven democracia ateniense.
Mediante esa institución la Asamblea del Pueblo podía en cualquier momento, y con un simple quorum de 6.000 votos (pensad que en esa época los ciudadanos con derecho a voto eran solo hombres y en número de unos 30.000), disponer la partida hacia el exilio durante diez años a cualquier individuo que se juzgase había llegado a ser un peligro para el Estado.
Se iniciaba con una simple pregunta… ¿Hay entre vosotros alguno que creáis que constituye un peligro serio para el Estado? Y la Asamblea, si conseguía esos 6.000 votos, condenaba al ostracismo a quien se pusiera por delante sin ni siquiera exceptuar al autor de la moción.
Pero no era una deshonra, ni llevaba a condena alguna más allá del alejamiento físico. Conservaba sus bienes y su nombre, sin que sus familiares fueran denostados en absoluto. Sencillamente la democracia “segaba las espigas más altas” y evitaba conflictos entre grandes líderes. Los atenienses no votaban ese exilio a la brava, sino con raro sentido de la responsabilidad y de la mesura. En los noventa años que duró esa institución, tan solo diez personas fueron desterradas por ese concepto, y entre ellos el propio autor de esa extraña y difícil institución: el propio Clistenes. Si esto se pudiera hacer ahora con una quinta parte de los votantes, no nos quedaba ni un político…je, je, je.
¿Que existían dos líderes con exceso de poder que podían llevar a Atenas a una guerra civil? Pues se desterraba a uno y asunto solucionado. ¿Que Pericles era el más grande pero Temístocles era excesivamente poderoso? Pues Temístocles a la calle y en paz.
Una anécdota curiosa y excepcional fue la de “Arístides el Justo”: se pidió su ostracismo al hacer sombra a otro líder más carismático. Un ciudadano, que no sabía escribir, se acercó a la Asamblea y por azar le pidió al propio Arístides que le escribiera ese nombre en el “tejuelo”. Arístides escribió su propio nombre y le preguntó por qué quería que el tal Arístides fuera desterrado, cuando era el más justo de los atenienses. Y el ciudadano le contestó:
— Pues por eso, porque estoy harto de que le llamen siempre el Justo.
¡Ostrakas!, qué bueno… Ja, ja, ja
JG
Juan Ignacio de Gispert
Abogado